Estimados colegas, compañeros y amigos,
Por segunda vez este año, nos ha sacudido la triste noticia de la muerte de un compañero de Ciencias del Mar. El profesor y amigo Francisco Pérez Galván, de la primera promoción de Licenciados en Ciencias del Mar 1982-87, número 1 de su promoción, una persona buena y afable, con su buen humor canario se ha ido. Te mantendremos en nuestros corazones siempre. Q.e.p.d.
El otro día navegando en la red buscando películas, me tropecé con “Tren de noche a Lisboa” y decidí finalmente verla. Me llamó especialmente la atención el discurso que Amadeu do Prado recita durante su acto de graduación. Lo transcribo a continuación, porque es de ésos diálogos que merece la pena re-pensar y reflexionar:
“No me gustaría vivir en un mundo sin catedrales. Necesito su belleza y grandiosidad, en lugar de los colores sucios de los uniformes militares. Amo las poderosas palabras de la Biblia. Necesito la fuerza de su poesía. La necesito contra el decaimiento del lenguaje, y las consignas inútiles de los dictadores.
Pero hay otro mundo en el que no deseo vivir, un mundo en el que el pensamiento independiente es despreciado y las cosas que más aprecio, denunciadas como pecado. Un mundo donde nuestro amor es exigido por tiranos opresores y asesinos. Y lo más absurdo, la gente es exhortada desde el púlpito a perdonar a estas criaturas y hasta a amarlas.
Es por esta razón, por la que no podemos simplemente poner la Biblia de lado. Tenemos que desecharla completamente. Ya que sólo habla de un Dios vanidoso y arrogante. En su omnipresencia, El Señor nos vigila día y noche. Toma nota de nuestras acciones y pensamientos, ¿Pero qué es un hombre sin secretos, sin pensamientos y deseos que él y sólo él conoce? ¿Dios nuestro Señor, no considera acaso que nos roba el alma con su curiosidad desenfrenada? Un alma que debe ser inmortal…
Pero, ¿quién seriamente querría ser inmortal? ¡Qué aburrido saber lo que sucede hoy, este mes, este año… no importa! Nada tendría importancia.
Ninguno de los aquí presentes quiere saber lo que sería vivir eternamente. Y es una bendición no saberlo nunca. Os puedo asegurar una cosa: sería un infierno este eterno paraíso de la inmortalidad. Es la muerte y sólo la muerte, lo que le da a cada momento belleza y horror. Sólo a través de la muerte el tiempo es algo vivo. ¿Por qué Dios no lo sabe? ¿Por qué nos amenaza con una eternidad que sólo puede ser insoportablemente vacía?
Yo no quiero vivir en un mundo sin catedrales. Necesito el brillo de sus ventanas. Su silencio fresco. Su silencio imponente. Necesito la santidad de sus palabras, la grandeza de la poesía. Pero tanto como esto, necesito la libertad de rebelarme, contra todo lo que es cruel en este mundo. Pues una cosa es nada sin la otra. Y nadie puede obligarme a elegir.”
La obra es de Pascal Mercier.
Vicente Benítez Cabrera.