REFLEXIONES
DIA MUNDIAL DE LOS OCEANOS 2013
El medioambiente y las ciencias marinas están ligados a través de la sostenibilidad, de forma incluso más fuerte que al desarrollo económico y la energía. La sostenibilidad de la vida en el mar, es una de las grandes asignaturas pendientes de la humanidad, a pesar de que en ello nos jugamos la pervivencia de nuestro mundo tal y como hoy lo conocemos. Más allá de buscar nuevos planetas que permitan establecer colonias fuera del nuestro, como parte de un hipotético plan B que permita a algunos escapar ante la más que probable y asumida destrucción de la Tierra, el futuro del conjunto de la humanidad pasa irremediablemente por salvar el mundo en el que ahora vivimos, incluso para aquellos que piensan en el citado plan B. Las ciencias marinas deben desarrollarse al máximo de su potencialidad con el objeto de hacer compatibles la vida en los océanos, con toda su biodiversidad, y el desarrollo de las sociedades humanas. Sin embargo, hoy estamos muy lejos de ambos objetivos.
En la actualidad los océanos han dado muestras más que evidentes de que se encuentran casi al límite de su capacidad de resistencia a los embates que sufren por parte de las acciones del hombre. Tanto es así, que a lo largo de los últimos 60 años hemos conseguido llevar hasta casi el colapso a la gran mayoría de las poblaciones de peces y otros animales de interés pesquero, incluso de aquello que no lo tienen. Según algunos informes científicos hoy quedarían menos del 10% de los atunes, tiburones, peces espada y otros grandes peces, de los que estaban presentes en nuestros mares a principios del siglo pasado. Sin embargo, y a pesar del riesgo de colapso, seguimos persiguiéndolos, sin cuartel, hasta que se capture el último de estos grandes animales.
Pero no sólo los hemos pescado, sino que de paso hemos ido destruyendo los ecosistemas que los sostienen y contaminando las aguas que posibilitaría su recuperación. Hemos vertido residuos de todo tipo, cuyo periodo de absorción por parte del océano se cuantifica en siglos, como ocurre con los plásticos que ya son omnipresentes en todas las regiones y profundidades de los mares del planeta. Es decir, estamos hipotecando nuestro propio futuro para muchos años y ni siquiera nos damos cuenta de ello. Seguimos aplicando una política cortoplacista que se basa en los réditos inmediatos, sin evaluar que los costes de reparar los daños causados por esta acción serán inasumibles al medio plazo, dentro de unas pocas décadas. Es algo similar a los planteamientos que se está estableciendo entorno a las consecuencias del cambio climático para el próximo milenio, pero en el caso del colapso de los océanos, con una magnitud e importancia mucho mayor que la asociada al clima, principalmente por la inmediatez de sus efectos, aunque no los percibimos de igual forma.
En este sentido, casi todos somos consciente de los efectos que las acciones humanas tienen en el clima, aunque estos aún no están del todo evaluados por los científicos, pero sin embargo es una minoría la que conoce el nivel de peligro que estamos corriendo a medida que destruimos los océanos, a pesar de que estos riesgos sí están bien documentados y evaluados. Todos los gobiernos plantean escenarios de actuación ante las hipotéticas variaciones que se puedan dar en el clima del futuro, pero en cambio son muy pocos los que plantean acciones conjuntas para minimizar el impacto de las actividades humanas sobre los mares. Al igual que el protocolo de Kioto para el cambio climático, la declaración de la Conferencia de Río debía ser una plataforma para tomar conciencia del peligro que representa nuestra manera de vivir y explotar el planeta, y progresar hacia el desarrollo sostenible, de crear una conciencia ecológica mundial. No obstante, en esta declaración la protección de los mares como un todo queda en un segundo plano, implícito, pero no de forma tan clara y con el nivel de relevancia que adquiere la conservación de la biodiversidad, los bosques (la floresta), la lucha contra el cambio climático, las iniciativas por la paz o erradicación de la pobreza. Sin embargo, alcanzar todas esta metas pasan necesariamente por la conservación de los océanos como un conjunto, como un medio necesario e imprescindible para la vida, incluida la de los bosques y selvas, para amortiguar los efectos de los cambios del clima, minimizar los riesgos de pobreza extrema para millones de personas y, por supuesto, para lograr también la concordia entre comunidades humanas y una más justa aproximación entre el tercer mundo y el desarrollo.
Pero para alcanzar la sostenibilidad de los océanos hace falta profundizar en su estudio y desarrollar aun más las ciencias marinas. Aunque se corra el riesgo de caer en la demagogia, para recuperar, conservar y alcanzar la sostenibilidad a nivel global no es necesario aplicar planes de inversión tan ambiciosos como los implicados en la reconstrucción de la Europa de postguerra, el Proyecto Apolo para la conquista de la Luna, o del orden del los más de tres billones de dólares (de 12 ceros) que comprometió el gobierno Norteamericano en la Guerra de Irak. Una contribución económica mucho más modesta, pero con compromiso serio y continuado, por parte de los gobiernos del mundo permitiría conocer el 70% del planeta que aun permanece casi inexplorado, y establecer estrategias que garanticen la continuidad de la vida en la Tierra y alcanzar la sostenibilidad de las interacciones entre las sociedades humanas y los océanos. Fundamentalmente, a través del conocimiento y la concienciación.
Por todo esto, en el Día Mundial de los Océanos debemos insistir y apoyar la iniciativa del Secretario General de las Naciones Unidas, el Pacto por los Océanos, con sus metas y objetivos, asumiendo sus compromisos como si fuesen los nuestros. Porque en ello nos va la vida y el desinterés no puede ser la opción para justificar su fracaso.